CONFESANDO A CRISTO
“A cualquiera, pues, que me confesare delante de los hombres, yo también le
confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me
niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que
está en los cielos” (Mateo 10:32-33).
“Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para
salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1:16).
Cuando pensamos en
todo lo que nuestro Salvador ha hecho por nosotros, ¿cómo podemos avergonzarnos
de ÉL?
No te de temor hablar por
Cristo.
Haz que brille en ti su luz,
Siempre a quién te redimió
confiesa,
Todo debes a Jesús.
El creyente agradecido debería confesar y reconocer
gustosamente que el Señor Jesucristo ha salvado su alma y que le ha restaurado.
Debería admitir libremente que pertenece al Hijo de Dios que lo amó y se dio a
Sí Mismo por él (comparar Gálatas 2:20).
La palabra
“confesar” viene de la palabra griega homologeo que
se compone de dos partes:
homo=mismo logeo=decir
De modo que
significa “decir lo mismo, estar en armonía, hablar lo mismo que otro, estar de
acuerdo con otra persona.” El creyente en Cristo ha de confesar al Señor Jesús
con sus labios (Romanos 10:9-10) y debe así estar de acuerdo verbal y
públicamente con lo que Dios ha dicho en cuanto a Su Hijo (comparar 1 Juan
5:9-12).
Dios ha dicho,
“Este es mi Hijo amado” (Mateo 17:5) y la persona que confiesa a Cristo está de
acuerdo con esa declaración: “Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de
Dios, Dios permanece en él, y él en Dios” (1 Juan 4:15). Dios el Hijo vino al
mundo y se hizo hombre (Juan 1:14) para que Él pudiera morir por hombres
pecadores (1 Timoteo 1:15), y el que confiesa a Cristo está de acuerdo con este
asombroso hecho: “Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne,
es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne,
no es de Dios” (1 Juan 4:2-3).
Confesar que Jesús es
el Cristo significa que una persona está de acuerdo en que Jesús es ciertamente
el Mesías (Juan 1:41; 4:25-26, 42). Según el Antiguo Testamento, el Mesías es
presentado como…
1.
…el Dios-Hombre
(Isaías 7:14)
2.
…el Dios fuerte
(Isaías 9:6)
3.
…el Sustituto del
pecador (Isaías cap.53)
4.
…el Rey eterno
(Miqueas 5:2)
5.
…el Señor (Jehová)
nuestra justicia (Jer. 23:5-6)
Había un costo
implicado en confesar que Jesús es el Mesías: “por cuanto los judíos ya habían
acordado que si alguno confesaba que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la
sinagoga” (Juan 9:22). Por causa de esto, muchos fallaron en confesarlo
abiertamente: “…pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser
expulsados de la sinagoga” (Juan 12:42).
La palabra que
significa lo contrario de la palabra “confesar” es la palabra “negar” (ver Juan
1:20, 1 Juan 2:22-23). Confesar es decir “SI”; negar es decir “NO.” En Lucas
22:57-60 Pedro debería haber dicho “SÍ, yo le conozco” (v.57). “SÍ, yo soy uno
de ellos” (v.58). “SÍ, yo estuve con ÉL” (vs.59-60). Pero Pedro negó a Cristo y
no quiso reconocer que estaba relacionado con ÉL.
Cuando se le
pregunta, “¿Es Jesús tu Salvador y Señor?” el creyente puede responder con
certeza, “SÍ. Yo se que Él es mío. Yo pertenezco al Hijo de Dios que me amó y
se entregó a Sí Mismo por mí.” No temas afirmar públicamente que Él te
pertenece. Durante las grandes persecuciones del segundo y tercer siglo, los
creyentes que no negaban al Señor, aún arriesgando mucho sufrimiento y tortura
y martirio, eran conocidos como los “confesores.” Que nunca nos avergoncemos del
Dios que no se avergonzó de morir por nosotros (2 Timoteo 1:8; Romanos 1:16; 1
Pedro 4:16).
“Díganlo los
redimidos de Jehová” (Salmo 107:2). ¿Cómo podemos nosotros, los que hemos sido
redimidos, no hablar con júbilo y satisfacción de nuestro Redentor? ÉL no se
avergüenza de llamarnos Sus hermanos (Hebreos 2:11). No nos avergoncemos de
llamarlo nuestro Dios y Salvador. Si le confesamos delante de los hombres, ÉL
nos confesará delante de Su Padre que está en los cielos (Mateo 10:32). Al
disfrutar yo de una relación salvadora con Cristo puedo decir a otros: “Quiero
que sepas que Jesucristo es mío. ÉL es mi Salvador.” ÉL a Su vez dirá a Su Padre,
“Esta persona me pertenece. Es mía.” Por
el contrario, si negamos a Cristo delante de los hombres, Él nos negará delante
del Padre, “Esta persona no me pertenece. Nunca la he conocido.” ¡Qué triste!
De acuerdo con
Lucas 12:8, si confesamos con gozo a Cristo delante de los hombres, Cristo nos
confesará con alegría delante de los ángeles de Dios. Pero si nosotros le
negamos delante de los hombres (v.9), ÉL nos negará delante de las huestes
celestiales. Nótese la promesa de Cristo
a los vencedores: “El que venciere será
vestido con vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y
confesaré su nombre delante de mi Padre y delante de sus ángeles” (Apocalipsis
3:5). La persona que realmente cree en Cristo “no será avergonzada” (Romanos
10:11).
¿Has confesado
públicamente a Cristo y has reconociendo que ÉL es tu Señor y Salvador? ¿Has
compartido esto con tus amigos y familiares? ¿Saben ellos que eres un creyente
en Cristo? ¿Y las personas con las que trabajas o con las que vas al colegio?
¿Saben ellos de tu relación con Cristo y de lo que ÉL significa para ti? ¿Has
confesado a Cristo en una iglesia que cree en la Biblia y que honra a Cristo?
Esto se puede hacer durante la invitación del Pastor o en el momento de las
peticiones de oración o cuando se dan los testimonios. Una confesión de fe
clara y concisa también debe darse cuando uno es bautizado.
“No debemos
avergonzarnos de hacer saber a todos los hombres que creemos en Cristo y que
servimos a Cristo y que amamos a Cristo y que nos importa más la alabanza de
Cristo que la gloria de los hombres. El deber de confesar a Cristo es
obligación de todos los cristianos durante toda la edad de la iglesia. Nunca
olvidemos eso. No es solo para los mártires, sino para todos los creyentes,
cualquiera sea la condición económica o social. No es solo para las grandes
ocasiones, sino para el andar diario en un mundo malo. El hombre rico entre los
ricos, el trabajador entre los trabajadores, el joven entre los jóvenes, el
siervo entre los siervos—cada uno y todos deben estar preparados para confesar
a su Maestro, si son verdaderos cristianos. No es necesario hacer sonar la
trompeta. No se requiere una ruidosa algarabía. Solo es necesario usar las
diarias oportunidades. Pero una cosa es cierta—si un hombre ama a Jesús, no
debe avergonzarse de hacerlo saber a los demás…Nos guste o no, sea
fácil o difícil, nuestro camino es muy claro. Sea como sea, Cristo debe ser
confesado.” (J.C.Ryle).
Confesar a Cristo
es como poner una etiqueta en un envase. La etiqueta confiesa el contenido
(sean arvejas o porotos o maíz o alguna sopa). El creyente puede “poner la
etiqueta en el envase” al reconocer
quien mora adentro: “Cristo vive en mí. ÉL es Aquel que me amó y se dio
a Sí Mismo por mi” (Gálatas 2:20).
Finalmente, la confesión
de nuestros labios tiene que estar de acuerdo con la conducta de nuestra vida.
En Tito 1:16 Pablo describe a un grupo de personas que profesan (confiesan)
conocer a Dios. Pero, ¿le conocen realmente? Sus labios dicen, “Sí, conocemos a
Dios.” Pero su vida dice, “No, no conocemos a Dios.” Su andar está en conflicto
con su hablar y esto es una abominación ante el Señor. Esta gente nombra el
nombre de Cristo pero no se separan de la iniquidad, dando así evidencia de que
realmente no pertenecen a Dios (2 Timoteo 2:19). Aunque dicen conocer a Dios,
ellos mienten y la verdad no está en ellos (1 Juan 2:3-4). Como creyentes en
Cristo, seamos como Timoteo y hagamos una buena confesión ante todos los
hombres (1 Timoteo 6:12). Que el mundo vea que el Cristo que mencionamos con
nuestros labios, es el Dios a quien servimos con nuestras vidas. No nos
avergoncemos del evangelio y no seamos
una vergüenza para el evangelio.